viernes, marzo 24, 2006



THE INNOCENTS : UN PEQUEÑO CUENTO MACABRO.(DVD)
POR MIGUEL ANGEL VIDAURRE.


En 1961 el director ingles Jack Clayton realiza una pequeña obra de horror gótico que adaptando libremente la novela de Henry James “Otra vuelta de tuerca” es capaz de construir un universo enrarecido por múltiples capas de fantasmagorías sexuales, fantasías psicoticas y posiblemente oníricas ( deberíamos agregar la alta posibilidad, por gratuidad a la maravillosa polisemia del filme, que todo lo que en él contemplamos sea realmente un fenómeno paranormal, lo cual nos enfrentaría a la literalidad del filme que incluso a sido rechazada por Clayton pero no por nosotros sus activos espectadores).

La fabula es conocida, una institutriz (interpretada por una brillante y por lo mismo insoportable Deborah Kerr) de aspecto nervioso e ensimismado que se hace cargo de dos pequeños que habitan junto a su ama de llaves en una antigua mansión de campo en la Inglaterra victoriana, la casa en si no tiene nada de particular pero un cierta fetidez ronda por sus extensos jardines. Poco a poco pequeñas situaciones comenzaran a saturar el idílico espacio de un raro perfume como aquellas pesadas flores tropicales que sobreviven en los invernaderos, no es propiamente horror lo que tensa la atmósfera sino algo más complejo e indiscernible. Extrañas apariciones tras los cristales de las ventanas, voces en el aire que llaman a los niños, la silueta de una mujer en las riberas del pequeño lago, una musiquilla tarareara por la pequeña y luego reforzada por una caja de música olvidada en un desván, el cambio progresivo del carácter de los pequeños como si sus cuerpos solo fueran el refugio de mentes adultas, y la histeria progresiva de la institutriz quien deviene en narrador inestable de la historia.



Este pequeño y siniestro filme – pequeño en cuanto carece de parafernalia o espectáculo grotesco y se reduce a una serie de operaciones formales que sin develar el enigma nos envuelve en una mortecina bruma de ambigüedad moral- posee una serie de cualidades que le transforman en una obra excéntrica por derecho propio.

Por una parte está el giro repentino y sin continuidad de su director, Jack Clayton, quién fue uno de los pilares del Free cinema ingles a fines de los cincuenta con su filme “Room at the top”, en donde relataba en tono semidocumental ( el tono realista y un tanto puritano fue parte esencial de la propuesta de los jóvenes iracundos británicos) el ascenso y caída de un arribista, y que en pocos años de distancia es capaz de construir esta pieza de horror fantástico capaz de competir con las mejores obras de Fisher realizadas con mano maestra para la factoría Hammer.

En el guión también tenemos a un participante inusual en este género, el escritor norteamericano Truman Capote, quien sin tener mayor experiencia en lo fantástico realiza una lectura de “Otra vuelta de tuerca” que posiblemente habría dejado bastante conforme a Henry James, con sus posibilidades de lectura desde parámetros que no sean los del género fantasmal con tanto arraigo en la Inglaterra victoriana.

Protagonista fundamental en esta triada es el director de fotografía Freddie Francis, figura reconocida de la factoría Hammer y con varios filmes como director, el cual sin embargo ha realizado sus mejores obras desde la fotografía siendo utilizado por directores del calibre de David Lynch o Martin Scorsese.

En “The Innocents” la opción Fotográfica recayó en un blanco y negro con fuertes tendencias a los grises, una paleta de toques esfumados, como si todo el tiempo una pesada neblina cubriera al filme. Un uso constante de primerísimos planos con una nítida profundidad de campo – rostros recortados contra la pantalla y fondos de ambigua significación como un San Sebastián torcido sobre un muro de hiedra que parece extraído del imaginario de Jacques Tourneur en “I walked with a Zombie”- y el uso intensivo del fundido encadenado de manera que las imágenes se sobreponen en capas de gran potencia pictórica que amplifican la extrañeza del filme y le otorgan un moroso encanto, un erotismo soterrado que se expande por su superficie como una enfermedad letal y seductora.



SARABAN O PERIFERIAS DE LA CATASTROFE.(DVD)

POR MIGUEL ANGEL VIDAURRE.

“El motivo de que no pase los días sumido en la desesperación y las noches llorando es que estoy enamorado de esta ruina que soy. Por ello no merezco compasión alguna y lo probable es que no la obtenga.” Berbellion.

La vida conyugal tensionada al límite emocional y psicológico, un infierno reconcentrado entre los muros de la cotidianeidad en donde lo que no es amor puede devenir en odio.

Los protagonistas de Saraban están en los límites de la automutilación espiritual. Acosados por la soledad y la vejez intentan como una y otra vez lo imposible, la reconstrucción de aquello que destrozado a mordiscos es ahora solo un jirón sanguinoliento. Las babas del amor pervertido, la pesadilla de la breve utopía fracasada y sin embargo mantenida con patética desesperación como un ideal posible ( nada peor que los ideales que se niegan a morir pues para sobrevivir al tiempo y al desgaste de la cotidianeidad precisan de la formación de duras costras que intentan protegerlos del vacio….aquella carencia que cual horror vacui persigue a todas sus criaturas condenadas a la inútil búsqueda de trascendencia).

Bergman vuelve a hundir a sus personajes en su fetida irreductibilidad, desde donde pasmados entre el intelecto y una abortada emocionalidad se contemplan atrapados en una vida que parece extraída de una fabula perversa de Strinberg o Ibsen, con sus fantasmas gimoteantes y sus atmósferas enrarecidas a medio camino entre Munch y Otto Dix. Planos fijos, rostros que nos observan con excesiva detención desde el interior del filme, despojandonos de nuestra posibilidad de dominar el espectáculo,



“ A veces sueño que se me caen los dientes y escupo pedazos amarillos carcomidos”. Bergman.

En ocasiones Saraband parece un filme impostado, lastrado de una envejecida teatralidad de sitcom existencialista, pero a la vez se presiente un susurro oscuro y bajo como las notas del chelo que trasportan una dinámica de intenso dolor, una irrupción del ridículo a escala cósmica que Bergman ha situado una y otra vez al interior de su filmografia.

La pareja de Saraband se ubica en el tramo final del amor – o de la ilusión de aquello llamado amor – en un espacio desesperado en tanto carencia absoluta de esperanzas y ausencia de voluntad para reformular nuevas narraciones amorosas. Nada de ingenuidad puede encontrarse en la pareja de reluctantes ancianos, y la ingenuidad combinada con ciertos grados de estupidez son elementos fundamentales para devenir en enamorado o en héroe, el exceso de inteligencia culta sobrecarga la vanidad y desgasta el vitalismo irracional de las bestias humanas.

Estrategias formales instaladas en el formato televisivo de un melodrama claustrofobico al servicio de un imaginario que opera desde hace décadas, Bergman no retorna al cine sino que opera desde las posibilidades del set y la grabación digital para revisitar sus antiguos temores ahora encarnados en los cuerpos envejecidos de sus actores. Los miedos y temores de las décadas anteriores ahora se concentran en el pequeño formato como si la angustia del primer plano cinematográfico se trasladara al cuerpo completo en la pantalla del televisor – ya no hay proyección sino transmisión –.

Los fantasmas del desamor y la inexcusable realidad de que para vivir se debe dañar a los que se supone amamos vuelven a operar desde los cuerpos quebrados por los años y la desgracia emocional. Nuevamente Bergman sitúa la antisentimentalidad como premisa para enfrentar a sus personajes y desnudarlos a través de una catódica hora del lobo. Luego de la vejez la muerte en soledad. No hay otras salidas en su frío mundo de intelectuales incapacitados para sobrellevar la vida y mucho menos ahora cuando ni el sexo puede sacarlos un par de minutos de su egomaniaco encierro. Todos viven en su pequeña isla con su faro y sus demonios.