viernes, marzo 24, 2006




SARABAN O PERIFERIAS DE LA CATASTROFE.(DVD)

POR MIGUEL ANGEL VIDAURRE.

“El motivo de que no pase los días sumido en la desesperación y las noches llorando es que estoy enamorado de esta ruina que soy. Por ello no merezco compasión alguna y lo probable es que no la obtenga.” Berbellion.

La vida conyugal tensionada al límite emocional y psicológico, un infierno reconcentrado entre los muros de la cotidianeidad en donde lo que no es amor puede devenir en odio.

Los protagonistas de Saraban están en los límites de la automutilación espiritual. Acosados por la soledad y la vejez intentan como una y otra vez lo imposible, la reconstrucción de aquello que destrozado a mordiscos es ahora solo un jirón sanguinoliento. Las babas del amor pervertido, la pesadilla de la breve utopía fracasada y sin embargo mantenida con patética desesperación como un ideal posible ( nada peor que los ideales que se niegan a morir pues para sobrevivir al tiempo y al desgaste de la cotidianeidad precisan de la formación de duras costras que intentan protegerlos del vacio….aquella carencia que cual horror vacui persigue a todas sus criaturas condenadas a la inútil búsqueda de trascendencia).

Bergman vuelve a hundir a sus personajes en su fetida irreductibilidad, desde donde pasmados entre el intelecto y una abortada emocionalidad se contemplan atrapados en una vida que parece extraída de una fabula perversa de Strinberg o Ibsen, con sus fantasmas gimoteantes y sus atmósferas enrarecidas a medio camino entre Munch y Otto Dix. Planos fijos, rostros que nos observan con excesiva detención desde el interior del filme, despojandonos de nuestra posibilidad de dominar el espectáculo,



“ A veces sueño que se me caen los dientes y escupo pedazos amarillos carcomidos”. Bergman.

En ocasiones Saraband parece un filme impostado, lastrado de una envejecida teatralidad de sitcom existencialista, pero a la vez se presiente un susurro oscuro y bajo como las notas del chelo que trasportan una dinámica de intenso dolor, una irrupción del ridículo a escala cósmica que Bergman ha situado una y otra vez al interior de su filmografia.

La pareja de Saraband se ubica en el tramo final del amor – o de la ilusión de aquello llamado amor – en un espacio desesperado en tanto carencia absoluta de esperanzas y ausencia de voluntad para reformular nuevas narraciones amorosas. Nada de ingenuidad puede encontrarse en la pareja de reluctantes ancianos, y la ingenuidad combinada con ciertos grados de estupidez son elementos fundamentales para devenir en enamorado o en héroe, el exceso de inteligencia culta sobrecarga la vanidad y desgasta el vitalismo irracional de las bestias humanas.

Estrategias formales instaladas en el formato televisivo de un melodrama claustrofobico al servicio de un imaginario que opera desde hace décadas, Bergman no retorna al cine sino que opera desde las posibilidades del set y la grabación digital para revisitar sus antiguos temores ahora encarnados en los cuerpos envejecidos de sus actores. Los miedos y temores de las décadas anteriores ahora se concentran en el pequeño formato como si la angustia del primer plano cinematográfico se trasladara al cuerpo completo en la pantalla del televisor – ya no hay proyección sino transmisión –.

Los fantasmas del desamor y la inexcusable realidad de que para vivir se debe dañar a los que se supone amamos vuelven a operar desde los cuerpos quebrados por los años y la desgracia emocional. Nuevamente Bergman sitúa la antisentimentalidad como premisa para enfrentar a sus personajes y desnudarlos a través de una catódica hora del lobo. Luego de la vejez la muerte en soledad. No hay otras salidas en su frío mundo de intelectuales incapacitados para sobrellevar la vida y mucho menos ahora cuando ni el sexo puede sacarlos un par de minutos de su egomaniaco encierro. Todos viven en su pequeña isla con su faro y sus demonios.