lunes, febrero 27, 2006



Primavera, verano, otoño e invierno….y primavera.(DVD)
POR MIGUEL ANGEL VIDAURRE


"La Isla es vulgar y destructiva, pero yo la quiero hacer intensa y maravillosa. Incluso si el dramático amor pronto se transforma en obsesión, y en una ira que nos sorprende, a veces se convierte en una fuerte energía que nos mantiene vivos. Aún cuando la gente puede alcanzar el extremo final de sus emociones, apenas pueden mostrarlo dentro de los marcos de la llamada sociedad. Sólo pueden expresarlas en su mente. En esta película quería describir sentimientos extremos difíciles de exponer en imágenes y acciones. El amor es una hipnosis, las personas se ofrecen las unas a las otras y una obsesión no es más que hipnosis también. La isla es un lugar donde todos deseamos ir, pero nos escapamos de allí tan pronto como nos aburrimos. Así, la isla de un hombre es una mujer, y la isla de una mujer un hombre. Quiero retratar la extrema psicología de los hombres y las mujeres en esa relación".

Cuatro estaciones más una. Proceso narrativo que transcurre de bloque a bloque con delicada precisión. Un umbral en medio de un bosque y frente a un lago marca el inicio de cada estación, posteriormente el ingreso al espacio sagrado, el embarcadero, un bote pequeño y la balsa que sostiene al templo. Espacio de una belleza excesiva que bordea peligrosamente un cierto esteticismo de postal edulcorada que Kim Ki Duk se las ingenia para enfriar mediante una distanciada puesta en escena.

Una vez más sus historias se sustentan en pequeños argumentos morales, cuentos morales para mascullar en silencio, en donde el concepto de la redención se desplaza constantemente bajo el disfraz de melodrama “La isla”, “Bad Guy”, o crisis social “Domicilio desconocido” y “Samaria”, contemplamos una extraño pacto formal entre la plasticidad de su puesta de forma y la extrañeza psicológica de sus personajes.

El tono melodramático aporta al movimiento de empatía y reconocimiento necesario para no perder al espectador, a la vez que propicia la ilusión de estar frente a una historia tradicional y no a un discurso sustentado en la autoreflexividad del soporte cinematográfico. Los protagonistas de las Isla o Bad Guy son seres imposibles al interior de un relato clásico, al filo del autismo o la estupidez (difícil es diferenciar el rostro de los enamorados del de los cretinos) son criaturas impenetrables que parecen haberse vaciado de todo sentido hace ya mucho tiempo. Sujetos aprehendidos por la desesperanza que no buscan redimirse sino más bien son sorprendidos por ella en una especie de brutal epifanía.

En Primavera, Verano...Kim Ki Duk nos enfrenta a otro de sus cuentos morales ahora al interior de una máscara de filme religioso de carácter redencionista. El protagonista es un niño criado en el pequeño monasterio flotante, el monje lo inculca en la filosofia budista, en un panteísmo amoroso pero no privado de violencia, como cuando el pequeño amarra rocas a diversos animales y el monje hace lo mismo con el y luego lo lleva al bosque para que encuentre a las agonicas criaturas y les quite su dolor. El templo es un refugio y también una isla, un espacio para purgar y encontrar un estado de gracia a la vez que un punto de fuga, un centro de gravedad, un punto de tensión que permite establecer un precario equilibrio en aquello que denominamos la vida real, sitio irreductible y en constante desplazamiento.




La intervención de una mujer produce la crisis de la pequeña comunidad, y el abandono del refugio se hace impostergable. Pero realmente nunca dejamos el bosque ni el templo, mientras el joven se aleja en búsqueda del objeto de su deseo, nosotros permanecemos como guardianes del lugar. En lugar de distraernos con elementos accesorios como sería el seguir las peripecias del protagonista en la ciudad, su encuentro con la mujer y su desenlace brutal, Kim Ki Duk nos hace permanecer inmóviles con el marco del encuadre como un centro de tensión en donde el fuera de cuadro es tanto o más importante que aquello que contemplamos ( el uso intensivo del plano fijo, la locación única y el off hace rememorar la belleza ascética de Tsai Ming Liang, aunque Kim Ki Duk no llega al límite evitando el uso del tiempo real y sus tramas minimalistas ).

El amor salva a los hombres pero también los enloquece. Los personajes de Kim Ki Duk son abatidos por amores temibles que los llevan a destruir aquello que aman y luego buscan alguna salida desesperada. Todos cargan en silencio algún crimen como si el origen de todo estuviera en un acto de violencia primigenia. Se silencian y el mundo enmudece con ellos, es como si los códigos de interpretación del mundo no coincidieran con la realidad, al decir lucido de W. Sebald “la realidad, como sabemos, siempre es diferente a todo”.

La belleza plástica de filme es por otra parte seductoramente moralista, pues siempre parece ocultar una realidad indescifrable, amorosa en ocasiones pero irremediablemente brutal en otras ¿que yace bajo ese lado congelado que atrapa al templo como si se tratase del barco encallado de “El fin de la esperanza” de Friedrich?, el hielo es una prisión, un paso sobre las aguas y la tumba del monje inmolado, por cada acto nacido del deseo nos arriesgamos a ser la fuente del sufrimiento de otros, pero al parecer no hay salida. Al final solo nos resta silenciarnos y esperar que la redención emane de los actos menos esperados.