sábado, enero 21, 2006



TRAS EL CRISTAL SOLO HAY MONSTRUOS. (DVD)

POR MIGUEL ANGEL VIDAURRE.


En 1986 el director español Agustí Villaronga presento su filme "Tras el cristal", casi veinte años después me es posible contemplar esta pequeña obra de culto, en donde el gótico hispano se combina con una mirada de perversión sadiana, que a estas alturas podría recombinarse con Sabato y sus familias porteñas enrarecidas ... Atmósferas enrarecidas de novela decimonónica, El monje de Lewis, Melmoth de Maturin o algunas páginas de Machen, Blackmood y aquella pequeña novela de goticismo escéptico y elegante que es Otra vuelta de tuerca de James llevada al cine con vocación preciosista en uno de los mejores filmes seudo fantasmales de los cincuenta, la poco conocida Los inocentes de Jack Clayton con Debora Kerr como la reprimida y sobreprotectora institutriz fotografiada por un siempre inspirado Freddie Francis con un blanco y negro similar a su futuro trabajo junto al mejor director del gótico americano contemporáneo David Lynch en su filme El hombre elefante ( posteriormente Francis lo acompañara en los primeros planos de Duna y a Scorsese en otra pesadilla gótica con su revisión de Cabo de miedo).


Klaus un investigador de incierto pasado nazi, un aparente violador de niños o algo peor que tememos suponer por simple asunto de pudor, un investigador del dolor y la tortura que toma notas en un libro, un manual de transformación perversa que rebasa la ciencia para rozar la necromancia de tintes lovercrafianos, que ahora habita en una mansión con ribetes de un acertado factor atmosférico a lo Mario Bava – solo recuérdese lo mejor de la Máscara del demonio y Operazione Paura con sus largos y morosos desplazamientos por habitaciones y pasillos en semipenumbras- ahora yace empotrado a un pulmón artificial como una criatura ignota y remota, aparentemente flácida e inofensiva fuera de su caparazón de acero como si se tratase de algún tipo de cangrejo ermitaño esperando ocupar un nuevo receptáculo.

“El horror como el pecado tiene su fascinación” comenta el joven aprendiz de torturador y pedofilo . El joven – Ángelo- fue espectador en su infancia de los últimos horrores del ahora perverso e inmóvil investigador y es paradójicamente quien llega a cuidar al monstruo invalido con supuestas razones reivindicativas y para eso lee su abyecto diario de tortura, y describe con detalle – mediante una textual y clínica lectura - la estrategia digna de un amante a lo bataille de clavarles una aguja en el corazón e inyectarle gasolina para luego contemplar con orgásmico placer los cinco minutos de estertores agónicos de la pequeña victima. El joven Ángel desea ser el discípulo de la bestia, el doble infecto, el trasgresor de tono Maldoroniano, el que usurpa a la bestia que yace inmóvil. El victimario yace indefenso como producto de una mecanismo de economía maldita y la aparente victima juega con satisfacción su papel de verdugo y amante -”ahora tú eres el niño”- le dice el joven al viejo nazi, mientras se masturba sobre el sepulcro de acero y eyacula en su rostro.

Esta dupla de simbiosis enfermiza, se ven acompañados por una mujer española – una Bernarda Alba reseca y neurótica que compartió el lecho de la bestia y ahora es carcomida por una enfermedad que desconoce y por una niña – la pequeña Rena- que es el cebo adecuado para un Carroll perversamente imaginativo y victoriano, en el sentido decadentista de un Rossetti, un Balthus o de las ninfulas vendadas de un Helwein.

El sexo se desliza enfermo por los pasillo, la mujer de cabello blanco, vestido negro y el joven aprendiz tras ella, se siguen, se seducen en un baile infecto que contamina y fascina a la mirada, el usurpador – aquel doble infernal que es Ángelo- casi un andrógeno, como un hijo bastardo del Visconti de Muerte en Venecia filtrado por lo vapores fétidos de Salo de Pasolini, esa oda refinadamente ordinaria a la pasión y el excremento, Angel la golpea, la arroja al suelo, ella corre y le muerde los dedos de la mano, se encierra en su habitación, las puertas se abren inexplicablemente, vuelan los picaportes, en un detalle netamente hispano o mejor dicho netamente del Buñuel mexicano, a la mujer se le caen las ligas como operación de un suspense a punto de rendirse ante la comedia, pero no es risible sino patético, no es erótico quizás un poco ridículo como aquel cliché de las superproducciones norteamericanas que obliga a sus actores protagónicos a besarse en los momentos más inesperados, frente al desastre el beso, en medio de una aparición fantasmal basta con cerrar los ojos y cubrirse la cabeza con una manta, y cuando un psicópata te sigue lo mejor es el retardo absurdo, aquel aplazamiento inverosímil que el gallo a llevado a los límites de la infamia.

La música y la atmósfera tienen algo de Argento y Bava, pero con esa oscuridad reseca y goyesca que solo los españoles y los mexicanos son capaces de ofrecer, resuenan ecos del encanto oscuramente ingenuo de Los Inocentes de Clayton y recientemente de Los Otros de Amenabar, enclavada entre ambas tendencias, más actual pero menos moderna con solución fantasmal explicativa y definitiva que le sustrae el encanto de lo incierto, no olvidemos esa pequeña Rebeca de .Hitchcock que renace con nuevo encanto en su lectura compleja en Vértigo, nuevos usurpadores, Orfeos y Ofelias falseados. Al concluir la cacería el joven cubre a la mujer con una manta roja para luego amarrarla a un dogal y ahorcarla desde el segundo piso de la casona , los ecos me llevan a..El pájaro de las plumas de cristal, Suspiria...e Inferno y a un antecedente hispano poco conocido, La residencia de Narciso Ibáñez Serrador, el mismo que realizará ¿ Quién puede matar a un niño?....lejano padre espiritual del Alex de la Iglesia de La comunidad.

La pequeña hija del monstruo de metal y huérfana de la madre le pide al asesino que duerma con ella porque tiene miedo, la petición – y perdición- de la idealizada ingenuidad infantil, una caperucita perturbada que solicita los favores del licántropo, una versión sucia de Shirley Temple, la novia de América, el suspense como estrategia gótica reactualizada por Hitchcock.

La incipiente complicidad entre la niña Rena y Ángelo, un abrazo que los pierde en nuevos sentidos que nos perturban, pues es imposible que la niña no sepa lo que acontece en la casa aquel primer ritual perverso que reactualiza el placer del hombre del pulmón de acero, aquel que mira todo el mundo través de un espejo sobre su rostro, el niño será seducido y torturado por Ángelo y el placer será absorbido y compartido por la entidad bicéfala. Ángelo asumirá poco a poco la mascarada fetichista del nazismo, con su abrigo largo y oscuro y sus lentes ahumados, en tanto la pequeña asume el rol de prometida e hija.


Pronto vendrán otras muertes, el sacrificio del niño cantor, un degüello patético y humillante .El gran asesino nazi ahora es la victima mediante una oscura trastocación valórica, el niño victima es ahora victimario, nadie parece ser inocente pues nadie quiere serlo, en tanto el circulo vicioso se contrae ,la niña huye y vuelve, la relación entre ambos se ha estrechado, el doble finalmente se ha fundido uno muere el otro lo usurpa y lo sustituye en su inmovilidad clínica, los gestos se repiten y se desplazan desde Klaus a Ángelo y de él a Rena ,quien finalmente se transfigurará en un victima – niño rapado, amante e hijo- dispuesto a la tortura del placer abyecto por parte de su amante que yace postrado tras el cristal.